Emilio Oviedo: Precursor del vallenato

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Más de cinco décadas descubriendo cantantes y produciendo discos lo han convertido en un acordeonero invaluable en la historia de la música vallenata. 

Por Uriel Ariza-Urbina

A tres horas de Valledupar, en una casa del pueblito de Costilla, en los años 50, el acordeón no dejaba de sonar. El abuelo, el padre y cinco hermanos le sacaban melodías al instrumento en medio del hastío y la soledad del remoto caserío. La señora de la casa, Juliana Corrales, no quería que su hijo menor se acercara al acordeón. No le gustaba la idea de que se convirtiera en un parrandero, porque ya el acordeón y sus cantos se difundían de pueblo en pueblo y descomponían a la gente sin piedad.

La necedad del niño de cinco años era sonar las teclas del acordeón. Su madre debió intuir que tenía un don, aunque en aquellos tiempos nadie lo veía así. Solo sabían que quien se terciara un acordeón estaba condenado a la perdición. La habilidad especial del inquieto muchachito se impuso al esmero de doña Juliana porque el vejé de la familia no tocara ese aparato.

Fue en vano. Años más tarde su hijo se convertiría en uno de los más grandes precursores de la música vallenata y un descubridor de talentos que contribuyó para que esta música tuviera mayor difusión y más influencia en el país y el exterior. El prodigio era Emilio Oviedo, más conocido como ‘El comandante’.

Después de prestar sus servicios en el ejército nacional, el joven Emilio Oviedo tenía claro que se dedicaría a tocar el acordeón, no como sus hermanos que lo hacían por ocio. Lo haría de manera profesional. “Luche por impulsarme solo, y gracias a Dios se me dieron las cosas. Soy descubridor de voces grandes que tenemos en el vallenato”, dice el comandante, tras cinco décadas de acordeón y de impulsar a nuevas figuras. Pero su tino como forjador de cantantes de vallenato empezó tiempo atrás.

Los primeros acordes de Emilio Oviedo eran los sonidos arrabaleros del acordeón vallenato de los años 40 y comienzo de los 50. Para esa apoca algunos acordeoneros ya se estaban aventurando por caminos melódicos desconocidos, mezcla de varios estilos y de los sonidos más primitivos. Calixto Ochoa, Abel Antonio Villa, Alejo Durán, Andrés Landero y Luis Enrique Martínez, entre otros, empezaron a marcar el rumbo. Emilio Oviedo fue uno de esos acordeoneros posteriores que amalgamaron todo aquel caldo de acordeones pioneros y les dieron un toque moderno al vallenato de los años 70.

“Cuando yo grababa, veía que mi voz no era comercial. Sentía que no era agradable. Entonces, inventé eso de poner un cantante”. Fue Jorge Oñate el primer conejillo de indias de Emilio Oviedo, después de darse cuenta que su voz no era nada atractiva para hacer la revolución de partir en dos la estructura musical que traían los juglares. Oviedo no imagino el profundo cambio que haría en la música vallenata, porque después de todo el acordeonero seguiría siendo la atracción de la agrupación. Pero no fue así.   

El desprendido acto de Emilio Oviedo de compartir aplausos y miradas creando al cantante, nació cuando escuchó un casete con la voz de un aprendiz de La Paz, un tal Jorge Oñate. Oviedo estaba dándole los toques finales a su cuarta producción musical. “Cuando oí su voz, ya no quise cantar, sino que le dejé ocho canciones. Yo canté cuatro nada más”. Allí nació Jorge Oñate y una nueva manera de hacer vallenatos que haría historia. Oñate continuó su carrera con los Hermanos López y Oviedo debió buscar un nuevo cantante.

En el Colegio Loperena de Valledupar se dio las manos con Rafael Orozco, un muchacho con un timbre de voz inusual para el vallenato de entonces, pero él ‘Rey Midas’ intuyó algo novedoso y lo llevó a grabar. Hicieron dos trabajos, “Adelante” y “Con sentimiento”, álbumes con notas refinadas que se acomodaban al estilo del joven Orozco. Entonces Israel Romero lo escuchó y se lo llevó a formar el legendario Binomio de Oro.

Cuando Emilio Oviedo fue a Valledupar en el año 1975 a escoger las canciones para el primer álbum con Rafael Orozco, mató dos pájaros de un solo tiro. Oviedo era uno de los acordeoneros más cotizados en la casa Codiscos, una especie de director de orquesta de las producciones vallenatas. Un día llegó a su casa un muchacho de aspecto desaliñado, con la cara sudada y una inmodestia atrevida. Oviedo le dijo que dejara el casete con su canción, pero el muchacho le dijo que él no tenía grabadora ni casete, que él la tenía en el ‘coco’ y se la cantaría ahí mismo.

El joven le cantó la canción. “Este muchacho es oro puro”, dijo para sus adentros Oviedo, confiando en su instinto. El joven del tono pretencioso era Diomedes Díaz. Su canción “Cariñito de mi vida”  fue el tema de la temporada y el conjunto de Oviedo y Orozco era la sensación del momento. Le dijo a Orozco que saludara a Díaz como “El Cacique de la Junta”, y así se quedó. Oviedo recomendó a Diomedes para grabar en Medellín con Náfer Durán. Al parecer Náfer era muy bueno para tocar en bailes, pero lo asaltaban los nervios en una grabación.

Náfer hizo la producción en una tarde, porque no se quedaba más de un día en una ciudad lejana, se tomó la foto de la carátula y regresó. Oviedo revisó el trabajo y encontró errores, y cuando Diomedes fue a meter la voz, Oviedo le dijo que grabarían una canción de nuevo. Diomedes le dijo: “Compadre, porque no busca uno de menos calibre, vea que yo soy novato”. Así que “cogí el acordeón y empecé a corregir el tema “El chanchullito”, y Diomedes montó la voz. La canción fue un batatazo en Valledupar y llamó la atención del acordeonero “Debe” López.

Emilio Oviedo queda de nuevo sin cantante y a la caza de otro talento. No es una búsqueda cualquiera. Oviedo debe encontrar algo distinto en el cantante, aunque al principio deba guiarlo. “Antes de grabar un disco yo le doy muchas instrucciones al cantante. Sube aquí. Baja acá. Ten cuidado con este agudo. Y me encargo hasta de los saludos”. Luego aparece en escena Beto Zabaleta y hacen tres trabajos. “La gente vivía pendiente de qué cantante iba a sacar Oviedo, si sería bueno o si sería malo. A los que veían buenos les hacían regalos y promesas, y se los llevaban”.

Beto Zabaleta funda los Betos y Oviedo encuentra a Farid Ortíz, ‘El rey de los pueblos’, con quien cosechó innumerables éxitos en el país y el exterior. De ahí en adelante salieron más cantantes del semillero de Emilio Oviedo, Fredy Peralta, Joaco Pertuz, ‘Papi’ Díaz, Eduard Morelo, y unos 40 más, fruto de su esfuerzo, dedicación y talento, una obra musical que tal vez no ha sido reconocida como debería en la historia de la música vallenata.

Emilio Oviedo tiene una amplia trayectoria musical que le ha merecido varios discos de oro, doble Disco de Platino, Palmar de Oro, Cacique de Oro, Estrella de Oro Internacional y Orquídea Internacional. Tiene además en su cosecha de triunfos más de 40 canciones, y muchas de ellas afiliadas a la Sociedad de Autores y Compositores de Colombia –Sayco-, de quien es socio orgulloso y con quien ha compartido muchos de sus logros como acordeonero y productor.

Oviedo es sin lugar a dudas uno de los más talentosos acordeoneros del vallenato, y un estandarte invaluable en el acontecer de esta música. Muchos cantantes y producciones musicales le deben su éxito a este hombre que se sacrificó toda su vida tocando el acordeón hasta el cansancio para engrandecer el folclor vallenato. Hoy poco se escucha su nombre, pero es imposible apartarlo de la grandeza de este género, porque donde se abra el libro del vallenato allí estará una nota de Emilio Oviedo.

“Al acordeón lo amo. Es mi devoción. Todos los días me lo pongo en el pecho. Para mí es sagrado…”. Sus hijos le han pedido que abandone su trabajo para que descanse de la gran faena. A sus 75 años, Emilio Oviedo enseña a los niños a tocar el acordeón en Valledupar, porque sabe que no puede apartarse del instrumento con el que le dio tanta gloria al vallenato. “Si dejo de hacer música no me queda más que sentarme a volverme viejo”.

¡Emilio Oviedo es un orgullo Sayco!