Rafael Manjarrez: Benditos versos

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Uno de los más grandes cultores de la música vallenata, aún narra sus cantos de amor con el rasgo auténtico de sus primeras canciones.

Por Uriel Ariza-Urbina

Dicen los abuelos de la provincia que nacer entre el griterío de los pájaros de marzo era buen augurio. Aves en tropel anunciando la primavera y buscando pareja, como la gente contenta en una fiesta de pueblo. El compositor Rafael Manjarrez Mendoza nació en ese despertar frenético de la vida en 1960, en La Jagua del Pilar, entonces una humilde aldea en La Guajira olvidada, solo perturbada de vez en cuando por los nacimientos, los entierros y una que otra parranda con acordeón.

En sus años de escuela, a finales de los años 60 y comienzo de los 70, fue testigo de otro evento más terrenal que debió sacudirle la pasión de toda su vida: el más grande florecimiento de la música vallenata, marcada ahora no solo por los acontecimientos pueblerinos, sino acompañada de una poesía intensa de drama amoroso. “En mi casa no sonaba el acordeón, aunque era una música vista con desdén, pero ya comenzaba a mostrarse. Estaban los Zuleta en El Plan, también Toño Salas, los hermanos López en La Paz, y yo cantaba esas canciones”.

La música ya venía en la sangre. Su abuelo, Cristóbal Mendoza Plata, fue un poeta que tocaba la guitarra clásica y los boleros de la época. Su tía Isabel y su prima Cecilia Inés Guerra, que vivían en San Juan del Cesar, donde también pasó parte de su juventud, tocaban boleros románticos en guitarra. “Se ponían a cantar con sus guitarras con un rasgueo que también usamos en el vallenato. Ellas decían: ‘Vamos a darle un chance a Rafa pa’ que toque el chiquichá…, entonces me cantaba un vallenato de los que estaban sonando en la radio, que eran los de Escalona”.

Había más músicos en la familia. Su tío Gonzalo Calderón, músico de viento, y padre de los compositores Roberto, Efrén, Amilcar y Beto.” Hacíamos con alguna frecuencia encuentros familiares con guitarra, luego comenzamos a llevar el acordeón y así se fue gestando toda esa creación”. Pero no fue fácil irrumpir en la discografía vallenata. Al principio nadie parecía interesarse por sus canciones, que entregaba en casetes cuando estudiaba en Barranquilla. Sus amigos le animaban a que persistiera. Iba a las escasas discotiendas a ver si aparecía su nombre en las carátulas, y nada.

Le grabaron un par de canciones, pero hacía falta algo. Tenía un tema recién compuesto como un as bajo la manga que guardaba un secreto. Con dificultades logró que Beto Zabaleta la escuchara. Tiempo después supo que la habían grabado. “Indecisión”, una canción inspirada en hechos vividos que lo lanzó a la fama y también a un tormento de amor. Toda la región empezó a cantarla. Y allí, escondida en una singular y novedosa melodía, contaba historias como novelas. Este tema pionero tenía ya el rasgo más distintivo presente en toda su obra posterior, hasta su canción más actual, que no logra separarse de su esencia creativa. Sucesos de conflictos amorosos cotidianas narradas con un sentimiento de pueblo.

 “Soy pueblerino por antonomasia, siento que esa es mi condición auténtica. Creo que recibí de mi madre, Sabina Mendoza, y de mi padre Manuel Manjarrez, la mejor formación en casa para no cambiar ni dudar de mis principios. A muchos pelaos de mi edad se los tragó el ambiente de la ciudad”. Y en ese apego natural al terruño parece estar parte del éxito de sus canciones, y de que sus historias parecen arrastrar el sentimiento más auténtico de la mayor pasión de una cultura que respira la música. 

Y de ese desencanto de amor de “Indecisión” nació otra historia real y exitosa: “Aquel amor”. En adelante todas las agrupaciones vallenatas querían una de sus canciones, porque la gente parecía identificarse con sus vivencias y eran las preferidas como armas de conquista en serenatas. En esos andares se cruzó otra aventura que plasmaría en una de sus canciones más queridas, según confiesa el mismo Manjarrez: “Benditos versos”, en la que expresa el amor por una mujer que se convirtió en una obsesión, como su cariño por la Guajira.

“La comparo con la Guajira porque ella se hacía notar, era imponente…y así es la Guajira, metida en el mar, como diciendo: ¡Aquí estoy yo!”, un canto que los guajiros corean con el mayor sentimiento y consideran su orgullo cuando quieren evocar la pasión por su tierra. Y fue el pueblo quien también convirtió otra de sus canciones en el himno del Festival de la Leyenda Vallenata, por los siglos de los siglos: “Ausencia sentimental”, tal vez la obra más nostálgica y sentida de Manjarrez, y por contraste la de mayor jolgorio y felicidad para un pueblo que festeja el folclor más auténtico de la música en Colombia.

“Ocurrió en Bogotá. Me presenté a la Universidad Nacional, pero entró en paro. Mi papá me dijo a los tres meses: ‘véngase a trabar aquí, porque no hay para mantenerlo”. Quedó con esa dura experiencia. Sus amigos, con mejores medios económicos, pudieron viajar al gran encuentro de acordeones en Valledupar, y él no pudo, atrapado en aquel destierro frío y lejano. Años más tarde pudo contar aquel sacudón de nostalgia. Su tema arrancó aplausos y llantos y ganó como la mejor canción en el Festival Vallenato de 1986. Cuando fue grabada, todo el que iba a Valledupar la coreaba, y así se convirtió en la canción emblema.

Rafael Manjarrez Mendoza, hijo de Manuel Enrique Manjarrez (q.e.p.d.), agricultor y dedicado a un pequeño hato cerca del pueblo; y de Sabina Mendoza (q.e.p.d.), madre abnegada y maestra de escuela, hace parte del gran libro de la historia de la música vallenata. Con centenares de canciones, muchas de ellas éxitos en el país y en el exterior, cada una con su historia propia, Rafael Manjarrez no imaginó que muchos años después haría parte importante de la defensa de los derechos de autor de miles de compositores colombianos, como miembro del Consejo Directivo de la Sociedad de Autores y Compositores de Colombia, SAYCO, derechos que en sus primeros años de euforia como compositor apenas sí se conocían.Hoy sigue componiendo con la misma raíz que lo hizo uno de los más grandes compositores de la música vallenata, aunque los tiempos hagan cambiar las historias. Tal vez los días felices en que saltó de emoción cuando Beto Zabaleta le grabó “Indecisión”, o Diomedes Díaz, con “Simulación”, aún sean los mismos, porque dicen que la pasión del compositor solo se apaga con la muerte.