“Todo lo que tengo se lo debo a la música”

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El vallenato y el país conmemoran el aniversario de la muerte de uno de los más recordados y amados juglares de la música vallenata: Romualdo Brito, “El cantor de los indios”. Hoy SAYCO trae a la memoria a este inmortal compositor en una sentida semblanza del cronista Uriel Ariza Urbina.Compositor de más de más de mil canciones vallenatas y aires del Caribe, Romualdo Brito es considerado heredero de la picaresca de Rafael Escalona, narrador costumbrista, del amor y la justicia social. Su obra es un legado imborrable del folclor vallenato y el patrimonio musical colombiano.

Tenía 11 años y ya Romualdo Brito trabajaba de sol a sol en los oficios del monte, cerca de un paraje con un nombre sin mapa: Treinta-Tomarazón, 20 casas de barro refundidas en la Guajira más olvidada de su historia. Tan apartada que el único radio de la finca sintonizaba en onda corta las emisoras de Cuba. “Fue cuando me enamoré de las rancheras, el bolero y los ritmos cubanos, y me sonaban más que el vallenato”, dijo alguna vez el compositor, que por entonces ya mostraba una fiebre heredada por componer estrofas del quehacer cotidiano.

Su niñez no la compartió entre el juego y la escuela, sino en las agotadoras labores de los potreros. “Es como si no hubiera tenido infancia, casi no la disfruté. Las cosas que hacía ya eran de adulto, mientras otros jugaban trompo, ‘chuzeleco’ y el escondite”. Pero el pequeño Romualdo disfrutaba el monte a su manera: “Seguía las ocurrencias de los animales, la algarabía musical de los pájaros, y por las noches los cuentos de mi abuelo paterno y el capataz de la finca de mi padre”.

Así recordaba Romualdo Brito su infancia, que después de todo terminó enriqueciendo su vida. Con el tiempo reconoció con humildad y orgullo que aquellos duros años le dieron unas destrezas especiales para el manejo de la vida, le afinó su inteligencia para componer y le dejó la experiencia del sufrimiento humano como enseñanza. Más tarde reflejaría esas vivencias en varias de sus canciones, como Yo soy el indio, Volvieron los gallinazos, Mi proclama y Se acaba mi pueblo. “No he sido ajeno al dolor y el abandono de mi Guajira y de la realidad nacional; eso me toca el alma como el amor”. Tanto así, que su hija menor lleva su nombre: Alma Guajira.

 “Mi adolescencia fue un tiempo de fiebre por componer, porque aún no había tantas muchachitas para enamorar”. Y es que los primeros años de la vida campesina de Romualdo los pasó rodeado de músicos, su padre, su madre y su abuelo, de acordeonistas, guitarristas, cantantes y percusionistas. “Una mañana recuerdo que compuse cinco canciones, y entonces pensé que podía dedicarme a componer”. Era 1969 y tenía 16 años. Se escucha a Alfredo Gutiérrez, Calixto Ochoa, Abel Antonio Villa, Los Corraleros de Majagual, y empezaban Los hermanos López. Pero estos músicos no estaban a su alcance, y mientras tanto componía.

Romualdo siempre escuchaba de su padre y su abuelo las historias fantásticas de Francisco El Hombre, de los cantores ‘magos’ de las regiones, pero también aventuras humanas más de este mundo, como la vida de Leandro Díaz, a quien conocía bien por su parentesco familiar. A Romualdo le inspiró el talento de Leandro para describir la naturaleza y el amor, así que lo homenajeó con una canción: El Dios cantor, que le grabó Lizandro Mesa, amigo de su padre. Leandro, por su parte, le devolvió el sentimiento: “Es un muchacho maravilloso, he rezado mucho por él, porque la primera canción me la hizo a mí. Yo sabía que tarde o temprano se volvería famoso como compositor porque era muy inquieto, le gustaba fregar la vida, cantar”.

Un día se propuso contactar en Maicao al ídolo Alfredo Gutiérrez para mostrarle una canción. Se escapó de Riohacha, donde vivía con su padre, y se fue al hotel donde se hospedaba el artista con la esperanza de que escuchara su tema. “Lo vi caminar hacia donde yo estaba. ¿Dónde está Romualdo Brito? Yo soy Romualdo Brito. ¿Y tu cédula? Yo no tenía cédula, porque en ese entonces la mayoría de edad era de 21 años”. Alfredo pensó que no era Romualdo Brito, y se fue. Tiempo después, Alfredo Gutiérrez fue invitado a Riohacha como jurado de un festival, y Romualdo estaba participando. “Cuando Alfredo me oyó cantar, me dijo: ¡Hola, muchacho!, no podía creer que alguien tan joven hiciera esas canciones tan bonitas”. Después le grabó dos canciones que fueron éxito.

En los albores de la bonanza marimbera, Romualdo vivió la euforia de la parranda vallenata, el derroche, el trago y las mujeres. Pero también estaba experimentando uno de sus períodos más creativos y produjo un centenar de canciones. Su amigo Raúl Gómez, más conocido como el ‘Gavilán Mayor, estaba enamorado de las canciones de Romualdo. “Una vez tocaban Jorge Oñate y Colacho Mendoza en un pueblo de la Guajira, y Oñate no fue. Esa vez se me presentó una oportunidad que no me esperaba”. El Gavilán Mayor le propuso para cantar con Colacho, pero el pueblo no quiso, así que El Gavilán armó una parranda de tres días, y Colacho se llevó para Valledupar varias canciones suyas en un casete. Allí nació la unión entre el acordeonista y Diomedes Díaz, que le grabaría sus dos primeros éxitos: Así es la vida y Yo soy el indio. En adelante, todo músico vallenato quiso grabar sus canciones.

Desde entonces, cada canción de Romualdo iba de la mano de una anécdota, como lo cuenta él mismo. El tema Amor apasionado era para Jorge Oñate, pero no la quiso, y Los Zuleta lo convirtieron en éxito. Llegó tu marido fue pensada para El Binomio de Oro, y no la grabaron, así que esta vez Jorge Oñate la hizo famosa. Cabecita loca también fue pensada para el grupo de Israel romero, pero fue un batatazo de Poncho Zuleta. Y Esposa mía no sabía a quién dársela, porque era su mayor tesoro. La grabó Otto Serge y Rafael Ricardo, un mes después de haberse casado. “Gracias a Dios fue un éxito”. Y cada canción de Romualdo lleva grabada un momento de su vida, con ratos alegres y otros no tantos, porque “me ha tocado comerme las verdes y las maduras. En la música hay que ser humilde, se debe entender que hay otras cosas que son importantes como el cariño y el amor que se logran de la gente”.

De las mil y una canciones de Romualdo Brito, hay algunas que tienen mucha historia, buenas y malas, como lo reconoce el artista. El Santo Cachón es tal vez su canción más famosa y provocó una cultura de la infidelidad que se hizo una moda, pero es la canción que, según el propio Romualdo, no le hubiera gustado componer, porque lastima la dignidad. “No pensé que fuera a gustarle a nadie; hoy se está grabando una música que maltrata mucho a la mujer, con un lenguaje vulgar donde hace falta mucha lírica”. Y La canción de su autoría que más disfrutó cantar Diomedes Díaz fue Parranda, ron y mujer, y el tema que más  le gusta a Romualdo no es suyo: Si nos dejan, en la voz de José Alfredo Jiménez.

Y sin querer se volvió un cantante exitoso que logró conquistar el público del interior del país. Llegó a Bogotá a estudiar una carrera, y el productor Lenín Bueno Suárez lo escuchó cantar en una parranda y le propuso grabar. “Cuando grabé Mi presidio fue un éxito con el cual ganamos nuestro primer disco de platino, al vender más de 150.000 copias en un mercado muy cerrado para el vallenato. Después vinieron otros éxitos como El diario de mi vida, Tatuaje en el alma, Muchachita, y ganamos otro disco de platino y tres discos de oro”. Años después, invitó a varios artistas para que grabaran sus éxitos, porque “me gusta más escucharlas de los que cantan mejor que yo”. Y así, en 2004, salió al mercado Los mejores le cantan a Romualdo Brito.

A principios de 2020, Romualdo siente que es hora de recopilar sus grandes éxitos  musicales. “Hace unos meses empecé a padecer quebrantos de salud y quise plasmar la historia de las obras de mi autoría en las que me siento más realizado como creador, y grabar con los cantantes de mi gusto todo ese legado musical, para todos aquellos que durante 45 años me han apoyado”. Este trabajo es inédito y está próximo a publicarse. Además de temas vallenatos incluye otros ritmos colombianos, porque también compuso cumbias, porros y fandangos. Dejó más de 400 canciones, y dos temas que lanzarán próximamente los artistas Churo Díaz, y una canción en la voz de Silvestre Dangond: Manda cachaza, al mejor estilo picaresco de Romualdo Brito.

Y un compositor comprometido como Romualdo, también defendió los derechos de quienes viven de sus creaciones. Ocupó la Presidencia de la Sociedad de Autores y Compositores de Colombia -Sayco-, desde donde veló por hacer respetar a los forjadores de la música colombiana. “Recuerdo que cuando empecé a componer, cantaba en todas partes y me robaron muchos versos; me daba mucha rabia. Ellos arreglaban con mi papá, que siempre firmaba por mí, así que de nada me valía protestar. Por eso aprendí sobre derechos de autor”.

Romualdo Brito, el hijo de Treinta-Tomarazón, el compositor narrativo costumbrista de más de mil canciones que han enriquecido la identidad cultural de Colombia, el hombre que todo se lo debe a la música. El hombre que de manera jocosa recreó su raíz guajira en una retahíla que recuerda al maestro Leandro Díaz:“Mis verdaderos apellidos no son ni Brito ni López. Los viejos de uno antes se ponían el apellido que se les antojaba, fuera el del padre, la madre, el abuelo, en fin… Mi mamá era Pérez Martínez López Ospino, de esos cuatro apellidos escogió López, que era el de la mamá de ella, que también se había cambiado el apellido, porque debió ser Martínez. Mi papá también se echó el apellido de la mamá, mi abuelo paterno era Luis Guillermo Díaz, yo debía haber sido Díaz Martínez o en el peor de los casos, Díaz Pérez”. Así que, ese soy yo”. Ese es Romualdo Brito”.

Así es la vida.