Por Rafa Manjarrez
Qué difícil el adiós de mi compadre Armando.
Hay sensaciones físicas y espirituales inenarrables.
Los distanciamientos afectivos, cuando irrumpe desafiante una ausencia definitiva y el sentimiento de amigo es casi filial, convocan hirientemente los recuerdos de todo un acervo de vivencias, querencias y loables gestos del buen amigo, y por fortuna, todo lo demás se vuelve residual.
Cuando se nos va un compañero, surge una experiencia de quebranto total del alma, que regaña el instinto de supervivencia humana y sentencia inexorablemente que los desencuentros deben ser y al final, son siempre temporales, porque en las despedidas aunque generalmente lo callemos, se confrontan y concurren concomitantes los desafectos muchas veces deleznables, que por cualquier razón hayamos tenido con quien se nos va a la eternidad , con el dolor que nos embarga y la debida obsecuencia a la voluntad de DIOS.
Adiós compa, DIOS sabrá cuando volvemos a vernos.